-Tú me
importas, ¿no te das cuenta? Es lo único que tengo...tú me importas – Ana se
aclaró la garganta y esperó con nerviosismo la respuesta.
-Doce
años trabajando juntos. Doce años de secretaria cumplidora, capaz y eficiente.
Es débil y apasionada.
Él no
apartaba la mirada de la carretera, la llevaba a su casa. Acababan de cenar
juntos, y a mitad de trayecto, Ana se decidió, no podía esconder más aquello
que la comía por dentro. Pensó ilusionada que tal vez éste era el momento que
tanto esperaba, y le confesó lo que sentía desde hacía mucho tiempo.
-¿No sientes nada hacia a mí?
-No lo sé Ana…no lo sé.
El
coche se detuvo, habían llegado a destino y el silencio entre los dos era
cortante. Ana miraba cómo sus manos se movían nerviosas mientras trataba de
poner en orden sus pensamientos. Después de un momento que parecía una
eternidad, él bajó del coche y abrió desde afuera la puerta de Ana, ella tomó
su mano y bajó del coche. Ambos se dirigieron hacia las escaleras, él se paró
antes de que Ana llegara a la puerta de su casa.
-Ana…conoces un secreto mío…y eso me
desagrada sobremanera. Lo que sientes por mí es algo que no me importa, sólo
eres mi secretaria.
Ana
comenzó a llorar, pero no se dio la vuelta, no quiso que él viera sus lágrimas,
y Ana, desde su interior, sintió cómo todo el amor que le profesaba hacia él,
se convertía en el odio más puro.
-Con tu secreto en mi poder, pretendo sacar
más que un sueldo miserable y dos semanas de vacaciones. Yo te he dado doce
años de mi vida, ahora te toca a ti darme algo.
La
expresión dulce e inocente que tenía Ana había desaparecido por completo, y él
lo sabía, notó que Ana hablaba en serio.
-No puedes pretender a obligarme a que te
quiera Ana.
-Tal vez no, y no es preciso a que me ames
para que te cases conmigo.
Ana
acercó sus labios para besarle, pero él cerró la boca y retrocedió con asco,
Ana le miró decepcionada, se dirigió a su casa, y en el umbral de la puerta
dijo sus últimas palabras.
-Muchos matrimonios se basaron en menos.
Él no
pudo aguantar más, envuelto en una ira incontrolable corrió hacia ella
sujetándola el cuello y apretándola mientras Ana intentaba escapar. Él sintió
sus dedos apretando para que no respirase, para callar la voz que había
provocado todo esto, y cuando quiso darse cuenta, Ana yacía ya sin vida en las
puertas de su casa.
Texto:
Philipp da la Croix.
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